La vida de los otros
Las diez mejores crónicas del Premio La Voluntad, reunidas en el libro “Otra Argentina”, se abisman en historias sorprendentes escritas desde diversos puntos del país. Entre las premiadas, se halla la obra del periodista y escritor Rolando López, un perfil en torno a la figura de Germán Ejarque.
Que la realidad le echa mano a las herramientas de la ficción para dar crónicas creativas y lúcidas capaces de formar un buen libro, ya lo hemos comprobado desde que se editó “La Argentina crónica. Historias reales de un país al límite”. Pero ahora, las diez mejores crónicas del premio La Voluntad también se reúnen en un mismo volumen, llamado “Otra Argentina”.
Es claro que ninguno de los diez autores que han producido estos textos se plantean el periodismo y la literatura como planos antagónicos; todos parecen coincidir en que lo sorprendente, lo bello, lo angustiante, lo revelador requiere que se salte constantemente de uno y otro lado de esa línea que, por cierto, es difusa.
De modo que este premio y su consiguiente resultado impreso implican un nuevo envión y quizá un desafío extra: la posibilidad de abrir el juego para que el género no acabe por agotar a sus lectores mediante cierta estandarización de recursos.
O sea, que los cronistas sigan tomando caminos arriesgados a hora de sentarse a escribir, tales como los que toman a la hora de investigar. “Otra Argentina” es, en este sentido, un muestrario diverso.
En principio, la consigna que convocó a escritores y periodistas a participar del premio La Voluntad giraba en torno al tema “La Argentina de hoy”.
Tal como deslizan Eduardo Anguita y Martín Caparrós en el prólogo, “se trataba de utilizar toda la potencia de la crónica para producir un fresco del país actual, para mirar esos espacios que tantas veces evitamos. Se trataba, también, de contar desde lugares diferentes. Por eso no es un azar si la crónica que abre estas páginas -la ganadora del Premio La Voluntad- fue escrita, desde su celda, por una mujer que lleva muchos años presa”.
Los prologuistas se refieren a María Silvina Prieto, una estudiante de periodismo y literatura que lleva once años viviendo en la Unidad 31 de Ezeiza y que escribió “Mis días con Giselle Rímolo en la cárcel”.
Al concurso se presentaron más de 150 trabajos. El jurado se decidió por diez. Hay de todo un poco: “historias de villeros y delincuentes y drogones, de travestis y migrantes y esperanzas, de árbitros de fútbol y sanadores misteriosos, de desastres ecológicos y guardianes de la tierra, de políticos oficialistas y dirigentes opositores, de esfuerzos y contratiempos y logros sorprendentes”.
Y lo mejor, que no todos los autores son de un mismo punto del mapa sino que los hay de Tucumán (Máximo Chehin), Rosario (José Emilio Malé), Río Negro (Rosario Marina), Bahía Blanca (Mariano Murphy), Buenos Aires (Agustina Grasso, Gabriel Sued y María Silvina Prieto), Santa Fe (Julia Comba y Martín Paoltroni), Mar del Plata (Ezequiel Casanovas) y Mendoza (Rolando López).
Pues sí, entre los premiados figura un perfil de Germán Ejarque, escrito por el periodista de policiales de Los Andes Rolando López.
“No puedo espantar una mosca pero quiero ser gobernador” (ése es el título de su crónica) comienza a modo de biografía literaria.
“No puedo espantar una mosca pero quiero ser gobernador” (ése es el título de su crónica) comienza a modo de biografía literaria.
Pero a las pocas líneas, ya revela la complejidad del personaje: “‘Todos decían que yo era un bebé vago’, acota Germán 34 años más tarde desde su silla de ruedas motorizada, con su poco más de metro y medio de altura en el despacho que ocupa como presidente del Consejo Provincial de Personas con Discapacidad del Gobierno de Mendoza”.
En una serie de escenas, sin falsos eufemismos, el autor deja ver cómo el niño que padecía distrofia muscular se convierte en un firme militante de la inclusión.
A través de los testimonios de su madre Perla, de su mejor amigo Caco, de su esposa Marcia, la personalidad inquebrantable de Germán asoma en las sucesivas luchas que se presentaron: la de estudiar, la de encontrar trabajo, la de llevar adelante su nada fácil historia de amor, de asumir su rol de funcionario.
“Yo me encargo de los discapacitados porque lo soy; si no, sería como si el Instituto de la Mujer tuviera un hombre al frente”. Sin fisuras, el texto avanza sobre la certeza de una ‘historia de vida’ poco común que se embarca hacia un deseo preciso.