domingo, 12 de octubre de 2014

LA GARGANTA PODEROSA - ELBA EN LOS MEDIOS, TEXTOS DE LOS PIBES DE LA UNIDAD 26 DE MARCOS PAZ - 9/14



PÁGINA 12 - REFLEXIÓN SOBRE LA ESCRITURA EN CONTEXTOS DE ENCIERRO - 2/2/14

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DOMINGO, 2 DE FEBRERO DE 2014

EL FANTASMA DE LA LIBERTAD

 Por Alan Pauls
La prisión fue para la literatura un chaleco de fuerza siniestro (Sade), un espacio de contrapoder intelectual (Gramsci), un lírico, lúbrico darkroom anticapitalista (Genet). ¿Estarán cambiando las cosas? Los primeros días de diciembre del año pasado, el jurado del certamen de crónicas La voluntad descubrió que la ganadora del premio, María Silvina Prieto, una mujer de 46 años sin antecedentes en la escena periodística o literaria, purgaba una condena a cadena perpetua en el penal de Ezeiza. Allí, en lo que llama “mi covacha” –el rincón de un oscuro depósito de trastos de la Unidad 31, donde logró que le pusieran una PC con Word y Excel y Dreamweaver y Flash pero sin Internet–, Prieto escribió la pieza de periodismo mundano-tumbero con la que saltó a la fama, jovialmente titulada Mis días con Giselle Rímolo en la cárcel de Ezeiza; desde ese mundo fuera del mundo la envió a la Fundación Tomás Eloy Martínez, que coorganizó el concurso con los escritores Martín Caparrós y Eduardo Anguita, la revista digital Anfibia y la editorial Planeta, y la dio a conocer.
Se desconoce qué clase de delito le valió la pena que cumple (Prieto atendió a la prensa, pero omitió toda referencia al respecto), aunque la perpetua hace pensar que fue algo más que una travesura. Prieto es cruda, le gustan los detalles y no ahorra sarcasmos contra las condiciones de vida del penal. Pero sería necio o tosco pensar que las cuatro paredes que la confinan desde hace trece años se reducen a la imagen básica, unívoca, sin matices, que tenemos –nosotros, paladines de la libertad– de la experiencia del castigo. Fue en el presidio de Ezeiza, de hecho, donde Prieto empezó a escribir y donde se topó con las dos personas que torcerían por segunda vez (si la primera fue la vez del delito) su rumbo, inesperadamente: su profesor de taller literario (que estaba a su lado cuando agradeció el premio) y la celebrity Mónica Cristina María Rímolo, alias Giselle, la falsa médica condenada en agosto de 2012 a nueve años de cárcel por ejercicio ilegal de la medicina y homicidio culposo.
Como las otras 199 internas de ese “verdadero jardín del Edén penitenciario” (son palabras de la cronista), Prieto esperaba la llegada de la “doctorcita” con ansiedad, preguntándose si desembarcaría enjoyada como en la televisión y con chofer. Pero la mañana en que la ficharon no pudo verla. Rímolo convalecía de una lipoescultura reciente, acaso autoinfligida, y su estado no parecía propicio para la efervescencia de la vida social, ni siquiera la de la cárcel. Más tarde, sin embargo, la lotería del sistema penitenciario las reunió unos meses en el Pabellón 6. El día a día de esa convivencia (que terminó un viernes, cuando Rímolo desapareció “envuelta en un tailleur de reconocida marca de color rosa”) con el pathos dislocado de una reina del trash mediático es lo que Prieto retrata en su crónica con una delicada crueldad.
Una sorpresa parecida a la que sacudió a Anguita y Caparrós debe haber sentido el jurado del premio de novela policial de la editorial Minotaur Books y la asociación de Private Eye Writers of America a fines de abril de 2011, cuando averiguó que Alaric Hunt, de 46 años, ganador de los 10 mil dólares y el contrato de publicación del premio, era bibliotecario de la cárcel de Bishopville (South Carolina), donde estaba preso desde los 19 por homicidio e incendio provocado. Para Hunt, como para Prieto, escritura y encierro habían sido descubrimientos simultáneos. Empezó redactando cuentos, siempre en el género policial, hasta que un aviso del premio pispeado en una vieja edición del Writer’s Market lo alentó a medirse con una novela. La recompensa era tentadora: podría pagar deudas; podría comprarle un televisor a su hermano, también confinado, a quien ya había intentado ayudar dando el golpe fallido que les deparó treinta años de cárcel. Hunt barajó un par de episodios de La ley y el orden, un mapa de 1916 del puerto de Nueva York, un kit noir básico (Chandler, Ed McBain) y algunos oscuros nubarrones de su vida personal y en cinco meses produjo Cuts through bone, su debut literario y su triunfo (que muchos críticos, sin embargo, demolieron por “convencional” y “pretencioso”).
No puedo imaginar nada peor, nada más aberrante y sádico que encerrar a alguien con la idea de “protegernos” y “reformarlo”. Pero mientras compaginaba estas dos fábulas de confinamiento y éxito literario se me vino encima la noche de principios de los años ’80 –Callao casi esquina Córdoba, un calor anormal– en que Fogwill, que recién pintaba para escritor, anunció muy suelto de cuerpo que una semana más tarde caería preso. “¿Y lo decís así?”, le protestaron. “¿Por qué no te vas a la mierda antes?” “¿Estás loco? En cana no hay cuentas que pagar, clientes que atender, ex mujeres con las que discutir. ¿Sabés el tiempo que voy a tener para leer y escribir? Caigo en cana, me quedo unos meses y salgo con tres novelas escritas.”
No es la cárcel, me digo, la que hace que Silvina Prieto o Alaric Hunt o Fogwill escriban, y menos que escriban bien, y menos que ganen los primeros concursos a los que se presentan (un privilegio por el que más de un escritor hecho y derecho les habrá jurado maldición eterna). Si escriben, escriben contra la cárcel, o colonizando el páramo de la cárcel y transformándolo –vaya uno a saber cómo, con qué alquimia disciplinada y furiosa– en un teatro de posibilidades inverosímil. Pero mientras me digo eso, alguien en una sobremesa –alguien que escribe, alguien que está libre– habla de un programa que bloquea el acceso a Internet durante el tiempo que uno quiera, y que, puesto a correr, es irreversible. El programa, dice (y parando la oreja se le siente la euforia típica del rehabilitado, ése para quien sólo la privación es fuente de posibilidades nuevas), se llama Freedom.

CONTENTIO (BLOG DEL CCC) - EXPERIENCIA DE MARIA HIDAS EN ELBA - 17/12/13

El premio de Silvina: relato de María, compañera del taller

En la última jornada del Taller de Introducción al Periodismo, María Hidas, que es húngara, se ofreció para narrar lo acontecido en relación a su compañera María Silvina Prieto. Y lo hizo en tres idiomas: el suyo, el inglés y el español.
A mai nap történése
Ma 2013 dec.5 .napjan “talán a Mikulás” ajándékaez.Silvina Prieto -t ma nagy öröm érte,és vele eggyütt azokay is akik figyelik és egyengetik az útját.Ez most az ujságiró kurzus apropoján történik.
Igy a tanév végén megjelent az több újságban is az írása . Itt a börtönben történt,hogy ugynevezett fogollyal történt mesél. Megirta a krónikában egy orvosnö esetét, mindennapjait a börtönben.
Ez itt nem jelent problémát mint a világ más tájain,hogy a “szereplö bele egyezése nélkül jelent meg az írás az ujságban.Ez is egyike a dél-amerikai földrész külömbségét az europai gyakorlat között.Szóval ma örülünk a ő sikerének, és gratulálunk neki.

What happen this day?

Today, 5 th. December 2013, Santa Claus gave a gift to Silvina Prieto. She is very happy an we too. Because we saw her work. This happened in the journalism course. Now in december the course finish. Silvina studiet one year and now she is having interwiews with magazines. She wrote about another women who was in the prision. Here this no problem, but in other parts of the world the women wouldn’t let use her name in the magazine. This is one difference between South America and Europe. So we are very happy because she is the star. Congratulations.
¿Qué pasa hoy?Hoy, 5 de deciembre de 2013, Papa Noel le dio un regalo a Silvina Prieto. Ella está muy feliz y nosotros también. Porque vimos su trabajo. Esto pasó en el curso de periodismo. Ahora en diciembre el curso termina. Silvina estudió este año y ahora le hacen entrevistas en las revistas .Ella escribió sobre otra mujer que estuvo en prisión. Aquí no hay problema pero en otras partes del mundo la mujeres no dejan usar sus nombres en las revistas. Esta es una diferencia entre Sudamérica y Europa. Estamos muy contentos por ella porque es una estrella. Felicitaciones.

NOTA ORIGINAL EN LA WEB

INFONEWS - ENTREVISTA A SILVINA PRIETO, INTEGRANTE DE ELBA - 14/12/13

“El cerebro nunca deja de trabajar”

Una charla con María Silvina Prieto, la mujer que ganó el primer premio del concurso de crónicas La Voluntad.

“El cerebro nunca deja de trabajar”
Cuando tenía 33, María Silvina Prieto fue condenada a cadena perpetua. Hace trece años que vive en el penal de mujeres de Ezeiza, donde toma diversos cursos, entre ellos, uno de periodismo que realiza los jueves en sus salidas transitorias. Allí, por iniciativa de su profesora Daniela Yaccar, surgió la idea de que escribiera una crónica de aquello que ella a veces llevaba como anécdota: los días de encierro con Giselle Rímolo. La crónica resultó ser la ganadora del premio La Voluntad, organizado por la Fundación Tomás Eloy Martínez. Y fue elegida por un jurado compuesto por Paula Pérez Alonso (Planeta), Ezequiel Martínez, Cristian Alarcón y los autores de La Voluntad, Eduardo Anguita y Martín Caparrós. 

En el segundo llamado telefónico, una señora con voz risueña atiende el teléfono de línea del penal y promete “un momentito” para ir a buscar a María Silvina. Su voz se va perdiendo por lo que parece un embudo de ecos. Después de unos segundos, aparece la voz de María Silvina, grave y natural, predispuesta a contar todo, salvo las razones por las que está presa. –¿Ya pensó en qué va a gastar los quince mil pesos del premio? –La plata no se gasta. La estoy guardando para cuando salga (N. de la R.: en dos años). Si bien una tiene gastos de viáticos para ir a estudiar y para las salidas transitorias, eso lo solvento con el fruto del trabajo en el penal donde todas cobramos un sueldo. –¿De qué trabaja? –En la huerta y en jardinería, donde corto el pasto con una bordeadora. Por doscientas horas por mes cobro unos dos mil pesos. Por ley, un porcentaje de ese dinero va al fondo de reserva para cuando salís y después podés pedir un disponible de ese sueldo. –¿Le gusta su trabajo? –Bueno, dentro de los trabajos que hay acá, elegí el de la huerta porque es una descarga. –¿Qué cultiva en esa huerta? –Tenemos lechuga, tomate, pepino, acelga, perejil, apio. Todo orgánico y producido con estas manos. Pongo la tierra, la remojo, planto la semilla hasta que la planta crece. Es para consumo interno, y a veces nos piden de la cocina. –¿Trabaja sola? –Sí, sola. Estoy acostumbrada, ya que fui hija única. Y lo prefiero. Me enchufo los auriculares y me pongo con los yuyos y la tierra. –¿Qué música escucha? –Heavy metal, AC/DC, Iron Maiden, Rammstein, Megadeth, Metallica, a quienes me perdí cuando estuvieron en la Antártida el pasado 10 de diciembre. –Cuando escribe, ¿también escucha heavy metal? –No, para escribir prefiero el jazz. –¿Y dónde escribe? –En “la Covacha”. –Suena al encierro dentro del encierro. –No. Es una minioficina al lado de la casa de la celadora que estaba pactada para la jefa de la sección y usábamos para entrevistas. Hace tres años estaba estudiando programación y para ir a la computadora tenía que caminar como tres o cuatro cuadras, entonces pedí si me podían traer una computadora acá y la trajeron con una cuenta para la asistente social y otra para mí. Ahora se transformó en taller de pintura y la uso para guardar la escalera, la nafta, la bordeadora. –¿Y cuándo va? –Tengo acceso diario, así que cuando no estoy en la huerta y me da la inspiración, prendo la máquina y escribo. La inspiración te lleva: el cerebro de uno nunca deja de trabajar. Quizás estoy escuchando una canción de Megadeth y desemboca en el próximo libro. –¿Qué escribe? –Tengo escritos tres cuentos cortos de terror. No los revisé ni los publiqué. El último es de vampiros, otro es la vida de un delincuente recién salido de la cárcel y el primero sobre un ladrón de tumbas, inspirado en una leyenda que me contaron: parece que en las carreteras de Venezuela, aparece una mujer que te hace dedo. Si no la levantás, a los cinco minutos la tenés sentada en el asiento trasero. –Con todo lo que tiene vivido para contar es curioso que le interese lo fantástico... –Me gusta la novela fantástica y el policial negro. Tengo completa la colección de Edgar Allan Poe. De chica, me leí a todos los clásicos como Sandokan, Robinson Crusoe. Cuando tenía once me llamaba mucho la atención la tapa de un libro que mi mamá no me dejaba leer. Una vez lo agarré y leí las diez primera páginas, era El Exorcista y no pude dormir por una semana. Ahí me dije “mamá tenía razón”. –¿Cuál es la disciplina artística que más le gusta? –Lo primero que gobierna mi vida es la música; después, la escritura, y, por último, la pintura, pero no puedo dejar pasar un día sin tocar la guitarra, pintar o escribir. Desde siempre. Y ahora más que nunca. –¿Cómo se empezó a vincular con la escritura en el penal? –Al primer taller que fui fue al de María Medrano (poeta y editora del sello Yo No Fui). Era de poesía contemporánea y me costaba mucho. No la entendía porque en la primaria, en la clase de Lengua y Literatura, se usaba la poesía con rima. Y si no rimaba, para mí no era poesía. Ella me explicó que ahora hay una manera más libre de escribir, que no necesitaba un tema para desarrollarla y me atreví. Después hubo otro taller en que había que escribir como quisieras, no te corregían sino que te alentaban. Sé que puede parecer irónico que yo lo diga, pero la libertad es difícil. Claro que cuando la tenés es lo más lindo que hay. No se lo deseo a nadie, pero estoy convencida de que cada habitante de este país debería pasar un mes detenido para ver lo que es estar acá y reconozcan lo que tienen afuera. –¿Qué es lo que más le duele? –Estar encerrada en una caja de zapatos, rodeada por un alambre, sin poder ir al cine, visitar a los parientes, caminar hasta la heladería. Eso hay que suplirlo con poder estudiar mucho tiempo y trabajar, cosa que afuera es difícil. Acá, además de la libertad, perdí cosas fundamentales, como la vista. Y no soy tan vieja, eh, ¡tengo 46! El problema es que el encierro no te deja ver a distancia y los músculos oculares se atrofian. –¿Tiene planes para cuando salga en libertad? –Cuando terminé el secundario, trabajé en una oficina como despachante de aduana, después fui telefonista en un banco y recepcionista en una empresa. Estudié joyería y museología, pero conocí gente de otro pozo y se me desvirtuó todo. Por eso, cuando salga me gustaría ponerme un taller de restauración de imágenes religiosas. Yo creo mucho en Dios: no hay cosa más grande en este mundo que tener fe. En lo que sea. Cada uno es libre de creer en lo que quiera. –¿Seguirá escribiendo? –Me gustaría armar un libro para resaltar los valores de cuando era chica, cuando dejábamos la puerta de calle abierta, esas cosas que se guardan en el corazón.