Una docente de Lomas que trabajó con personas privadas de la libertad habla sobre el potencial de los cursos y talleres.
“La primera vez que fui a dar un taller en un penal iba con los prejuicios que puede tener cualquiera, pero cuando llegué me encontré con un taller de teatro. Ahí había vida, pasión, ganas de contar y de contarse, de decirle a la sociedad ‘no somos presos, no es algo que no define, estamos presos, que es sólo una etapa de nuestra vida’”. A 30 años de que la Universidad de Buenos Aires abriera su primer espacio educativo en un penal, la docente lomense María Daniela Yaccar, destacó las posibilidades que genera la educación en ese sitio. Daniela participó de talleres intramuros y es parte de “En Los Bordes Andando” -una cooperativa cultural conformada por internos y ex internos de la unidad 31 de Ezeiza y de la 24 de Marcos Paz-: “En una cárcel, la educación y el arte abren espacios de libertad, de libertad mental”. “Tener un taller de escritura, poder cursar una carrera o que haya un espacio para la fotografía u otra disciplina son cosas que motivan, estimulan, le dan otro sentido a la vida; la gente espera el día de la cursada, tienen un por qué para levantarse de la cama”, contó la docente y periodista.
Acerca del concepto punitivista y de la mala imagen socialmente construida alrededor de las cárceles, Yaccar consideró: “Se reclama mucho por la inseguridad, pero a la cárcel se la piensa como un espacio para el confinamiento y el olvido sin pensar en las causas que disparan la violencia; la única salida a la estigmatización, la única manera de que la gente no sea considerada un expediente y pueda recuperar una subjetividad, una ciudadanía y un horizonte a futuro es con educación”.